jueves, 27 de agosto de 2020

Cimas de libertad ?


 
Quince intentos hicieron falta para alcanzar la cumbre del Matterhorn, hasta que el 14 de julio de 1865, siete alpinistas, liderados por Edward Whymper, la alcanzaron. Casi inmediatamente cuatro murieron mientras bajaban, debido a un accidente. Dolor, criticas y espanto ocuparon papel en los diarios europeos e ingleses, se habló tanto y el enojo fue tal, que hasta la reina Victoria preguntó al lord Chamberlain si no se podía declarar fuera de la ley al alpinismo en vistas de su extrema peligrosidad.

La idea de la reina permanece viva aun hoy, son muchas las restricciones que debemos enfrentar si queremos ir por nuestros propios medios a la montaña, son muchos los que nos quieren proteger de los efectos de una aventura, por ello, primero necesitamos sortear el paradigma sobre el que se afirman la mayor parte de las actividades humanas desde hace mucho tiempo, uno que nosotros también seguimos, mayormente, en nuestras vidas como integrantes del complejo civilizatorio, ese que proclama y exige: seguridad, previsibilidad y estabilidad. Porque el alpinismo autónomo no solo lo contradice abiertamente, sino que además, no concuerda con la falacia del supuesto bien común que excluye cualquier valor a lo que se consigue y disfruta individualmente y mucho más lejos está aun, de la engañosa y peligrosa promesa de igualdad, porque el alpinismo no es seguro, no es previsible, no es estable, no responde a ninguna cosa que tenga que ver con el bien común y en el fluye libremente el talento, el valor, la dedicación y la suerte, cosas que naturalmente, generan diversidad e innovación. Se trata, simplemente, de la satisfacción de profundas aspiraciones personales, la expresión de una parte del individuo en su relación con las fuerzas de la naturaleza, en pequeños y arbitrariamente seleccionados grupos, de no más de tres o cuatro personas, para enfrentar las dificultades, el aislamiento y la adversidad que nos reservan las formidables cadenas montañosas. Exige tomar grandes riesgos, afrontar gastos importantes, extenuantes esfuerzos, disponer de mucho tiempo y no acarrea ningún beneficio material ni victoria alguna, es una actividad tan absurda como cautivante para el que descubre su esencia, por eso es el reino de un segmento distinguido y poco numeroso de personas.
 
En los últimos veinte años, los alpinistas pasamos de ser parte de una prestigiosa y respetada comunidad, a la marginalidad aun en las montañas, sobre todo las más accesibles y visitadas del planeta. Nos quedaba un espacio que eran las más bonitas, peligrosas y difíciles pero también lo vamos perdiendo, como hemos perdido la Cordillera Blanca del Perú. La libertad de las cimas cae a manos de tres grupos con pasión paternalista: gobierno, empresas de turismo activo y organizaciones de guías, todos comprometidos en la tarea de hacer masivo el acceso a las montañas para lo cual deben crear ámbitos seguros, previsibles y estables, para atraer la clientela, cosa que casi pueden garantizar, si no fuera porque la madre naturaleza se empecina, de vez en cuando, en demostrar que a pesar a la urbanización, la tecnología y la profesionalización es capaz con el hombre.

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