... fragmento de la primera parte del libro ..
No podemos
desconocer que quienes se dedican, organizan y/o promocionan el montañismo o
alpinismo por darle un nombre de deporte, se encuentran sometidos a los
paradigmas y mandatos que sostienen al conjunto de la sociedad, en este caso
las ideas de protección y control que promueve la dirigencia política. De ellas
emanan conductas y actitudes que definen el hacer en muchos campos.
Naturalmente
influenciadas por estas corrientes, muchas organizaciones de montañismo y
aventura, sean clubes o agencias de turismo activo, durante años, han ido
adaptado el mensaje y por su puesto las actividades mismas, a los márgenes que
establecen estas ideas muy bien argumentadas y con un sesgo de paternalismo en
su formulación, esto ha potenciado la decadencia de las expediciones autónomas
no guiadas, muy comunes hace unas décadas, cuando se las veía por diversas
cordilleras y eran motivo de orgullo y motivación en los clubes y asociaciones, las mismas que ahora se resisten a promover este tipo de actividades por considerarlas
demasiado peligrosas, claro; realmente lo son y es la naturaleza del alpinismo,
porque el peligro y la dificultad son su sentido cualitativo. Esto que pasa no
es causa de un mal modo de pensar ni mala fe de los dirigentes, simplemente
responde a lo influyentes que son esas corrientes que emanan de los elaborados
argumentos de una intelectualidad muy particular y que han calado hondo en las
administraciones de poder y en la cultura de este siglo. Por ello, los
dirigentes y referentes del mundo de las actividades de montaña, muchas veces
sin ánimo de profundizar en estas cuestiones por pereza, por compartir tales
creencias o por no tener vocación de confrontar en el plano ideológico, han
sometido su accionar, recurriendo una y otra vez a promesas de seguridad.
En el sentido del
peso intelectual de los argumentos, me parece interesante considerar dos
aspectos que expone Daniel Kanheman en "Pensar rápido pensar despacio", a saber:
La sospechosa idea
de la existencia de dos modelos de mentes, que da como resultado dos grupos
bien diferenciados de personas, los econos; capaces de poner en marcha su mente
basados en estadísticas y cálculos ajustados a los hechos lo que les permite
tomar buenas decisiones y los humanos; incapaces de pensar correctamente,
sesgados y con dificultades para hacer funcionar la mente en sintonía con la
lógica estadística, a quienes su incompetencia los hace susceptibles de ser
manipulados y engañados por terceros más hábiles que ellos. Como una forma de
subsanar esta tremenda desventaja de los “humanos”, otros pensadores, en este
caso: Richard Thaler y Cass Sunstein, crearon un método para prestarles auxilio
y evitarles las dolorosas experiencias derivadas de su propia incompetencia y
escasa capacidad de tomar buenas decisiones, ellos escribieron el libro
titulado: Un pequeño empujón, (Nudge) considerado la biblia de la economía
conductual, en el desarrollaron y pusieron a punto la idea del paternalismo
libertario, un método que permite intervenir en el campo de toma de decisiones
de las “personas comunes”, sin coartar, teóricamente, su libertad, con este
novedoso método lograron seducir al ex presidente de los Estados Unidos Barack
Obama quien los consideró tanto, que invitó a Sunstein a trabajar como
administrador de la Oficina de Información y Asuntos Regulatorios.
De manera
concordante con el párrafo anterior también se menciona en ese libro el
principio de precaución, adoptado en Europa, dentro del pensamiento y la acción
jurídica, una doctrina ampliamente aceptada que crea un … “contexto regulatorio para el riesgo. Imponiendo toda la carga
probatoria de la seguridad a cualquiera que tome iniciativas que puedan
perjudicar a personas o entornos” ….
“especificando que la ausencia de pruebas científicas de daños
potenciales no es justificación suficiente para asumir riesgos”.
Algunos opinan que la aplicación extrema de este principio puede paralizar toda innovación y tienen razón, bajo este precepto no hubiesen sido posibles la mayor parte de los adelantos que nos permite vivir de manera civilizada en este momento, tener tiempo y medios para pensar y escribir estas cosas.
En un entorno dominado por ese tipo de ideas, las organizaciones que no han desarrollado un pensamiento político filosófico profundo, consistente y contrastante con tales propuestas, cómodamente dan continuidad a la corriente, en el caso de las actividades de montaña el proceso de adaptación a la propuesta de un sistema de protección para los alpinistas "humanos", en este caso ha incluido tres líneas principales: la urbanización del ambiente de montaña, el incremento de la tecnología disponible y la especialización y normalización, con ello consiguen dos recompensas: una, no irritar a quienes gestionan políticas públicas que se ocupan de la “seguridad y longevidad” de las personas, preocupados por aquellos que quieran escapar de su sistema de protección y control y dos; alcanzar la masificación de las practicas, que garantiza una más eficiente gestión financiera con proyección de crecimiento del segmento y de los ingresos.
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Es preciso sostener con absoluta claridad, que esas prácticas están muy lejos de los valores del alpinismo clásico, de la verdadera aventura y del sentido de exploración, y que a los fines de ubicarlas en un segmento identificable de las actividades humanas deben considerárselas como parte del movimiento turístico y recreativo en todas sus formas.
La libertad no es una mera idea, una linda abstracción, más o menos adorable. Es el hecho más práctico y elemental de la vida humana. Es tan prosaico y necesario como el pan. La libertad es la primera necesidad del hombre, porque consiste en el uso y gobierno de las facultades físicas y morales que ha recibido de la naturaleza para satisfacer las necesidades de su vida civilizada, que es la vida natural del hombre, por excelencia.
Juan Bautista Alberdi
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Desde que Albert
Frederik Mummery en el siglo XIX, sostuviera sus ideas de “by fair means"
(por medios justos). Muchas personas nos hemos inclinado por este estilo que
rescata la autonomía y la independencia como elementos esenciales de un proceso
que persigue la libertad y plenitud del individuo, lo hacemos aun enfrentando
la oposición de un entorno social, que para afirmar su paradigma colectivista
impone un sinfín de complejos, produciendo un alarmante decaimiento de la
iniciativa propia, lo que ha creado infinitos lazos de dependencia y perdida de
la autoestima. La filosofía que inspira al alpinismo clásico contradice
abiertamente a ese paradigma, por ello, encontraremos oposición incluso en el
seno mismo de la comunidad montañera, donde un segmento importante se opone al
estilo autónomo, argumentando con la lógica propia de un medio cultural que
desconfía de la capacidad individual y en el que la responsabilidad personal
tiende a diluirse en un andamiaje semántico de derivaciones sociales e
históricas, imponiendo que el “bien común” está por encima del individuo y que
por ello no es legitimo arriesgar, ya que uno no tiene control personal sobre
su vida, sino que alguna autoridad, más sabia e iluminada, con visión general
sobre el grupo de pertenencia, tal vez la “tribu”, debe mensurar esos riesgos,
porque no puede perder engranajes de esa maquinaria humana llamada “colectivo”.
Así, los brujos de la tribu, a través del paternalismo ya sea fascista,
marxista, libertario o una combinación de ellos, nos ayudan a no cometer
torpezas, a no dejarnos engañar por desconocidos, en definitiva; a no visitar
la zona prohibida, porque allí está Baba Yaga. Ese paternalismo no es otra cosa
que poder, una forma de influencia que opera ofreciendo protección a cambio de
sumisión y que difunde y aplica la idea que sin su control, se pierde el
sentido mismo de la vida y que cualquier empresa solitaria y autónoma
constituye un desprecio por el “colectivo” y sus “elevados intereses”, esto se
verifica cuando efectivamente ocurren accidentes letales y desde distinto
sectores, a veces ni siquiera vinculados al montañismo, se elevan reclamos a
esas autoridades; por no haber cuidado bien sus ovejas, porque en este sistema
de ideas vigente, se los considera dueños de las vidas de los miembros de su
rebaño y por ende de su cuidado, sin tener en cuenta siquiera la
responsabilidad individual.
La autonomía tiene como condición sine qua nom a la libertad y la principal herramienta para gestionarla es la responsabilidad, así la toma de riesgos se convierte en una parte central que debe ser definida. Se trata básicamente de un asunto personal, porque más allá que se compartan criterios con el equipo, frente a un obstáculo se decide, se elije individualmente y esto contraría, no solo, al pensamiento colectivo, sino que al tomar en las propias manos y no delegar la creación de seguridad, comodidad y previsibilidad, se opone a los paradigmas que sostienen a las sociedades modernas, exitosas en muchos aspectos, pero que de a poco han ido pasteurizando la vida, convirtiéndola en una larga e insulsa existencia. No respetarlos y no delegarlos, materializa la abstención de sumarse a la carrera del miedo que moviliza y justifica el ejercicio de la protección y la regulación, que da sentido a una burocracia paternalista y asfixiante. Por todo esto, no vamos a encontrar un medio propicio para que se desarrolle la conducta expedicionaria autónoma, sin enfrentar resistencia, sin provocar irritación y molestias. Muchos se opondrán, porque esta actitud contrasta con lo asumido como normal, aun cuando la libertad como discurso sea de uso cotidiano. Ciertamente estas cuestiones, exceden en mucho el campo específico del montañismo y la aventura, pero debemos sumergirnos en estos temas o en poco tiempo más ya no habrá acceso a las montañas, desiertos, lagos y espacios abiertos, simplemente por el ejercicio del poder, con la promesa de una "supuesta" eliminación del riesgo a base de regulaciones, restricciones y controles que no son otra cosa que raciones de esclavitud para quienes estás distraídos, son lo suficientemente ingenuos o se sienten cómodos en el rebaño.
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