La creciente profesionalización, comercialización y
estandarización de las actividades de montaña sucede a medida que se consolida
la declinación en los planos: ideológicos, argumentales, emotivos y prácticos
de la inmensa mayoría de la dirigencia y referentes, debido a que se han
sometido a las normas del mercado que exigen: seguridad, higiene,
previsibilidad y normalización, detrás de una expectativa de masificación,
alentada por el segmento de proveedores y respaldando a un conjunto de
funcionarios que operan imponiendo restricciones y controles a fin de contener
la incompetencia manifiesta de lo que ellos, despectivamente llaman "gente
común".
Quienes quieran rescatar el espíritu exploratorio y
expedicionario, deberán adoptar la toma de riesgo como una condición esencial
de la actividad, escapar del paradigma del guiado que se ajusta a los
procedimientos paternalistas que operan en casi todos los departamentos de la
vida social. Claramente la tarea no será fácil y no estará libre de peligros,
tal cual como ocurre en el ascenso de una montaña.
Como el plano conductual es el eslabón esencialmente
distintivo del montañismo autónomo, quienes se decidan por difundir o adherir a
este estilo deben compartir la idea que los ascensos, escaladas o los supuestos
"cursos / salidas" guiados, constituyen una actividad turística y
aun, sin poner en duda la legitimidad de los ingresos de las empresas de
turismo activo ni el disfrute de los clientes, es evidente que las aberrantes prácticas
que imperan en el Everest, Aconcagua, Huayna Potosí y otras
locaciones convertidas en "producto montaña", que incluyen la urbanización,
el sobre uso de tecnología y la disposición masiva de personal, que constituyen
la clave comercial de las empresas de turismo, son la consecuencia directa del guiado, más allá que
algunos miembros de esa comunidad exhiban su espanto. Una vez en la montaña,
las relaciones siguen cursos a veces asombrosos, los guías en forma individual
manifiestan una conducta amistosa a veces matizada con algo de admiración por
los montañistas autónomos, contrastando con los comportamientos corporativos de
asociaciones y empresas cuya tendencia monopólica las lleva a tratar de
apoderarse del medio, acercándose al sector público adhiriendo a regulaciones,
restricciones y planes de manejo leoninos que las favorecen. Por todo esto,
debemos diferenciar con claridad esas prácticas del montañismo clásico
autónomo, el cual gira en torno a la iniciativa individual, la toma de riesgo,
cierta austeridad de medios y la construcción voluntaria y horizontal de
equipos. Aceptar que el montañismo clásico promueve una modesta operación
económica y que es una actividad absurda en el plano material, de la cual no
puede esperarse más que satisfacciones y desarrollo personal, ayuda a
reemplazar la idea de la proyección profesional que es la que ha transformado
el universo del montañismo creando la dualidad funcional excluyente de guías y
clientes.
En términos prácticos, para el rescate del montañismo clásico no guiado,
se ha de tomar la iniciativa en el ámbito de la formación, tal vez mirando
atrás, hacía el Ventisquero Negro, aquellos cursos de escalada coordinados por
montañistas para montañistas, no como las versiones modernas propuestas por los
clubes colonizados por la lógica del guiado que ceden su estructura
institucional como plataforma comercial para la generación de actividades turísticas
o directamente han modificado su objeto social convirtiéndose en escuelas de
guiado. Retomar la aventura del montañismo supone la necesaria toma de riesgo
por parte de dirigentes y referentes, por ello lo mejor es que tales cargos los
ocupen montañistas activos, comprometidos con la actividad desde el punto de
vista cualitativo y sin intereses económicos en las actividades, porque para
ellos será más fácil aceptar valiente y abiertamente que el montañismo es impredecible, agotador e inseguro, en abierto contraste con la cultura algofóbica
que considera inaceptable cualquier tipo de dolor o sufrimiento y que está presente en cada rincón de la vida social, debiendo dejar claro que las
normas del mercado no aportan nada a nuestro estilo, que no tiene por, ni para
que ser masivo, que básicamente es una actitud distinguida frente a la
adversidad, la incertidumbre y la imprevisibilidad, condiciones que
caracterizan el inhóspito ambiente de las montañas, lo que otorga sentido y
proyección al montañismo clásico.
Un extenso camino recorrido me ha enseñado a entender la libertad como una actitud o estado de la persona, un derecho natural y no una cualidad de las cosas, porque los objetos en si mismos no son libres ni esclavos, sino que se limitan a reflejar los estados con los que nos relacionamos con ellos. Así resulta que la libertad es una actitud y que no la puede garantizar más que nuestra conducta que no existen regulaciones ni leyes para otorgarla, por lo tanto, no se trata de montañas libres sino de montañistas libertarios, en momentos que el acceso a muchos lugares empieza a depender de la voluntad de funcionarios que exigen las credenciales de una escuela de guiado para abrir la tranquera que separa la calle de la montaña.
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