sábado, 5 de agosto de 2023

Montañismo clásico al limite ...


 La actual crisis del montañismo autónomo, resumida en el reclamo sustancialmente vacío de "montañas libres", lamentablemente afecta a un grupo cada vez más reducido de personas y de forma cada vez más severa, porque culturalmente se ha consolidado el guiado como práctica habitual y excluyente, desplazando al montañismo autónomo basado en iniciativa individual, ambiciones y sueños de los aficionados, posicionándolos en un plano de marginalidad, sujetos a críticas y burlas, con un expectante público a la espera que les ocurra una desgracia para poder reiterar lo equivocado de elegir ese estilo, aunque en términos de seguridad y accidentes ambos estilos comparten casi idénticas estadísticas.

La creciente profesionalización, comercialización y estandarización de las actividades de montaña sucede a medida que se consolida la declinación en los planos: ideológicos, argumentales, emotivos y prácticos de la inmensa mayoría de la dirigencia y referentes, debido a que se han sometido a las normas del mercado que exigen: seguridad, higiene, previsibilidad y normalización, detrás de una expectativa de masificación, alentada por el segmento de proveedores y respaldando a un conjunto de funcionarios que operan imponiendo restricciones y controles a fin de contener la incompetencia manifiesta de lo que ellos, despectivamente llaman "gente común".
Quienes quieran rescatar el espíritu exploratorio y expedicionario, deberán adoptar la toma de riesgo como una condición esencial de la actividad, escapar del paradigma del guiado que se ajusta a los procedimientos paternalistas que operan en casi todos los departamentos de la vida social. Claramente la tarea no será fácil y no estará libre de peligros, tal cual como ocurre en el ascenso de una montaña.

Como el plano conductual es el eslabón esencialmente distintivo del montañismo autónomo, quienes se decidan por difundir o adherir a este estilo deben compartir la idea que los ascensos, escaladas o los supuestos "cursos / salidas" guiados, constituyen una actividad turística y aun, sin poner en duda la legitimidad de los ingresos de las empresas de turismo activo ni el disfrute de los clientes, es evidente que las aberrantes prácticas que imperan en el Everest, Aconcagua, Huayna Potosí y otras locaciones convertidas en "producto montaña", que incluyen la urbanización, el sobre uso de tecnología y la disposición masiva de personal, que constituyen la clave comercial de las empresas de turismo, son la consecuencia directa del guiado, más allá que algunos miembros de esa comunidad exhiban su espanto. Una vez en la montaña, las relaciones siguen cursos a veces asombrosos, los guías en forma individual manifiestan una conducta amistosa a veces matizada con algo de admiración por los montañistas autónomos, contrastando con los comportamientos corporativos de asociaciones y empresas cuya tendencia monopólica las lleva a tratar de apoderarse del medio, acercándose al sector público adhiriendo a regulaciones, restricciones y planes de manejo leoninos que las favorecen. Por todo esto, debemos diferenciar con claridad esas prácticas del montañismo clásico autónomo, el cual gira en torno a la iniciativa individual, la toma de riesgo, cierta austeridad de medios y la construcción voluntaria y horizontal de equipos. Aceptar que el montañismo clásico promueve una modesta operación económica y que es una actividad absurda en el plano material, de la cual no puede esperarse más que satisfacciones y desarrollo personal, ayuda a reemplazar la idea de la proyección profesional que es la que ha transformado el universo del montañismo creando la dualidad funcional excluyente de guías y clientes. 
En términos prácticos, para el rescate del montañismo clásico no guiado, se ha de tomar la iniciativa en el ámbito de la formación, tal vez mirando atrás, hacía el Ventisquero Negro, aquellos cursos de escalada coordinados por montañistas para montañistas, no como las versiones modernas propuestas por los clubes colonizados por la lógica del guiado que ceden su estructura institucional como plataforma comercial para la generación de actividades turísticas o directamente han modificado su objeto social convirtiéndose en escuelas de guiado. Retomar la aventura del montañismo supone la necesaria toma de riesgo por parte de dirigentes y referentes, por ello lo mejor es que tales cargos los ocupen montañistas activos, comprometidos con la actividad desde el punto de vista cualitativo y sin intereses económicos en las actividades, porque para ellos será más fácil aceptar valiente y abiertamente que el montañismo es impredecible, agotador e inseguro, en abierto contraste con la cultura algofóbica que considera inaceptable cualquier tipo de dolor o sufrimiento y que está presente en cada rincón de la vida social, debiendo dejar claro que las normas del mercado no aportan nada a nuestro estilo, que no tiene por, ni para que ser masivo, que básicamente es una actitud distinguida frente a la adversidad, la incertidumbre y la imprevisibilidad, condiciones que caracterizan el inhóspito ambiente de las montañas, lo que otorga sentido y proyección al montañismo clásico.

Un extenso camino recorrido me ha enseñado a entender la libertad como una actitud o estado de la persona, un derecho natural y no una cualidad de las cosas, porque los objetos en si mismos no son libres ni esclavos, sino que se limitan a reflejar los estados con los que nos relacionamos con ellos. Así resulta que la libertad es una actitud y que no la puede garantizar más que nuestra conducta que no existen regulaciones ni leyes para otorgarla, por lo tanto, no se trata de montañas libres sino de montañistas libertarios, en momentos que el acceso a muchos lugares empieza a depender de la voluntad de funcionarios que exigen las credenciales de una escuela de guiado para abrir la tranquera que separa la calle de la montaña. 

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