domingo, 6 de octubre de 2019

AMANECE



“Aquel que quiera aprender a volar algún día,

debe primero aprender a ponerse en pie

y caminar y correr y trepar y bailar;

no se puede aprender a volar volando”

Friedrich Nietzsche

Es esta una filosofía muy adecuada para plantear el proceso formativo de alpinistas. Ciertas promociones indican que al comenzar con la actividad, se debe seguir a montañistas experimentados o mejor aun; a un guía, hasta la cumbre de las montañas y luego de una cantidad no determinada de veces te convertirás en un alpinista.

Solo si el interés es alcanzar una determinada cumbre, un guía, mucho más que simplemente un buen escalador, puede acortar y hacer más satisfactorio el proceso de alcanzarla, pero ese hecho, aunque se repita muchas veces, no puede transmitirle, de ninguna manera al seguidor, el amplio abanico de habilidades y atributos que necesita el autentico alpinista, el que va adelante sin seguir otra cosa que sus planes y el buen juicio. Por lo tanto, en el sentido de la formación para ser alpinista, es imprescindible una segmentación del complejo sistema de demandas de una actividad, que junto a otros pocos deportes, implica la gestión de alto riesgo y adversidad, en una inmersión en terrenos hostiles, inciertos y aislados, sin la posibilidad de abandonar, porque no se trata de una simulación como el común de los deportes. Tal preparación requiere formación en campos diversos, excede por mucho el campo técnico deportivo abarcando conceptos tácticos y estratégicos relevantes. Debe ser sistematizada y prolongada en el tiempo, no alcanza con los estímulos que se perciben en una excursión con desarrollo prudente o extremo, en cualquier caso derivará solo en una experiencia del ámbito sensorial y emotivo, porque la mayor parte de las dificultades, las centrales y decisivas, serán resueltas por el guía contratado para tales menesteres.

Decantarse por la autonomía e independencia en los intimidantes escenarios montañosos, necesita una actitud distinguida con respecto a la toma de riesgo, tal actitud contrasta con la cultura imperante derivada del entretejido social con todas las sutilezas, paradigmas e imposiciones predominantes. Tales rasgos provienen de filosofías y mandatos nacidos al amparo de los sistemas benefactores, que por medio de medidas gubernamentales en busca de seguridad y estabilidad, le han ido quitando gran parte del peso y la responsabilidad por la supervivencia a las personas, incluso tienden a diluir la responsabilidad individual en un entramado semántico, histórico y social, muy bien argumentado. De a poco, el espíritu expedicionario y exploratorio se fue convirtiendo, a la luz de tales ideas, en un descabellado gusto de una minoría excéntrica. El alpinismo guiado heroico de los inicios, con el tiempo, aprendizajes y nuevas oportunidades se convirtió en un operación a escala global y ha desarrollado "productos" que comparten la cosmética y la estética de las actividades alpinas, aunque no la ética. El trote de montaña y ciertas competiciones multisport ofrecen contacto con la naturaleza y grandes esfuerzos con un sistema de organización con eficiente señalización, equipos de asistencia en tiempo real y un programa bien aceitado de evacuaciones para aquellos que deban o deseen abandonar. Y lo más destacado: el turismo activo de montaña, instalado como industria global multitudinaria, representado por una extensa cadena de empresas han desarrollado la capacidad de llevar personas con dudosas competencias específicas a lugares, que hasta hace unas décadas estaban reservados a dedicados expedicionarios con años de experiencia.

Expectativas satisfechas de contención, cuidados, logística y servicios impecables, son las principales razones por las que hay tan poca transferencia de clientes del turismo activo y corredores al alpinismo autónomo que no ofrece ninguna de esas garantías donde todo hay que resolverlo personalmente.

Es tan poderoso el mensaje de estas empresas y tan coincidente con los paradigmas que acompañan a la globalización del paternalismo, que pareciera que el alpinismo clásico, con una estructura valórica contrastante con el sentido de resultado, inmediatez, previsibilidad y confort, ha encontrado su definitiva sepultura. Solo un puñado de instituciones y unos cuantos hombres independientes, algunos solo intuitivamente, sin desarrollar siquiera un argumento contundente, alumbran la esperanza de conservar vivo el espíritu que sostuvo las grandes empresas humanas que desafiaban a los lugares más desconocidos e inhóspitos del planeta, acciones que paradójicamente ayudaron a conocerlo mejor, a llevar imágenes y relatos impactantes a través de la distancia, inspirar por su valentía y decisión, y también llamar la atención y despertar la curiosidad de muchas personas no dispuestas a pasar por el penoso, extenso y poco atractivo proceso de entrenamiento, en el más amplio sentido del término, para obtener los medios físicos, técnicos, tácticos y estratégicos para intervenir en esa clase de terreno. La geografía aun ofrece alternativas al aventurero, solo que hoy es una elección, no una imposición absoluta del medio como lo fue para los pioneros, hoy más que nunca, aquel que se inclina por estas actividades debe ser consistente en su elección a través del estudio del pasado como así también es su responsabilidad, construir un argumento que justifique sus elecciones frente a un medio que objetará a todo el que no se someta a las normas del paraíso terrenal del asistencialismo a toda escala.

Toni

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