domingo, 4 de septiembre de 2022

Todo cambia ...



Temprano, sintiendo el aire fresco y el olor a leña de eucaliptus, caminaba por la avenida Luzuriaga, en junio de 1988, buscando un lugar donde tomar mi primer desayuno en Huaraz. 
Me dirigí al restaurant Vigorito, pero antes de llegar a su puerta, tropecé con una nutrida expedición, con sus mochilas, piquetas y carpas a cuestas, no me había imaginado ver tal espectáculo, ni siquiera en Bariloche era posible verlo por aquel entonces, porque el turismo era muy burgués, muy convencional y no se veían estas cosas, el montañismo era exclusivo de un pequeño grupo bien identificado por sus atuendos, porque no se vendía The North Face, Fugate o Ciesse Piuimi en los supermercados, era ropa exclusiva para gente de montaña. Me acerqué, por pura curiosidad, a esos rudos montañistas que estaban tratando de contratar una camioneta en la agencia Azul Tours, para que los lleve a Musho, ya que iban al Huascarán. Pasé varios meses en el callejón de Huaylas y esa escena se repetía casi a diario o a diario. Expediciones de Checoslovaquia, Italia, norteamericanos, del activo Club Andino Peruano, españoles, japoneses, franceses, eslovenos, mejicanos, vascos y de los lugares más recónditos del planeta, en su gran mayoría expediciones de clubes o de grupos de amigos, autogestionadas, que se ocupaban de todos los detalles, transportes, alojamiento, comida, elección de las vías de ascenso y transportaban su propio equipamiento, el que después de concluir la temporada, vendían en las tiendas o a los sudamericanos que no teníamos fácil acceso a equipamiento nuevo. Las guiadas, si bien ya estaban organizadas a través de la flamante Casa de Guías, solo eran un porcentaje menor de la actividad, lo más vigoroso eran esas expediciones con logos de sponsors en sus camperas y la mirada característica de la gente que toma decisiones que incluyen riesgo, gente decidida, audaz, fuerte y tenaz, es decir: “montañeros” de verdad, con una clara identidad que los caracterizaba sin lugar a dudas ni matices.

Seguí yendo con regularidad a la Cordillera Blanca y también a otras montañas y fui testigo de los cambios, cambios que respondieron a la evolución de la conducta humana en todos los ámbitos. La vida se hizo cada vez más previsible, más estable y confortable en todos lados, para el final del siglo XX la abundancia de medios y bienes alcanzó escala global, la cultura de la seguridad se convirtió en devoción, ese culto llevó a una desvalorización de la épica y con ello se perdió de vista la importancia de los medios, del proceso y de la ética que empleamos para conseguir los fines, en cambio prevaleció la idea de la diversión, la inmediatez y el resultado.

En la misma medida que en otros ámbitos se afianzaba el paternalismo, con más restricciones, normas y controles para hacer más segura y previsible la vida, en la montaña se naturalizaba e imponía la lógica de quienes quieren escapar a toda costa del peligro, del sacrificio y el sufrimiento y gozar de la estética y la cosmética del alpinismo, tendencia que fue aprovechada por los que bregaban por la masificación del montañismo: las empresas de turismo activo y la mayor parte de los clubes de montaña, adhiriendo al relato imperante en estos tiempos de no correr riesgos, actuar sin argumentar y conseguir méritos de utilería, escapando a los tediosos y extensos procesos con ritos, esperas, aprendizajes e iniciaciones que son indispensables para dominar un oficio complejo como el alpinismo, esa es, posiblemente, la causa de la declinación del montañismo no guiado y de otras aventuras, como también es el origen de la proliferación de prestadores de servicio que urbanizan las montañas, se profesionalizan cada vez más y utilizan el máximo de tecnología posible con tal de garantizar seguridad y resultados, como argumento de convocatoria, fielmente acompañados por los gestores de políticas públicas que ven en las regulaciones y controles una oportunidad de detener el ejercicio de la osadía y la libertad de arriesgar de la ovejas descarriadas, pésimo y peligroso ejemplo de autonomía e independencia que debe ser censurado en nombre del bien común. Por ello el montañismo, llamémosle clásico, aunque el nombre más justo seria de aventura, es casi una extravagancia, sobre todo en los destinos donde se comparten campamentos y/o rutas de ascenso con los turistas de montaña, grupos desenfadados con vestimenta y equipo de rental y que no han tomado otra decisión que elegir la empresa que los lleve, cuyo interés mayormente solo es alcanzar tal o cual cumbre o los recientemente aparecidos atletas de la velocidad que van de cumbre en cumbre sin escatimar medios técnicos, empleados, maquinas ni promociones "on line", todos ellos con el común denominador que la historia ni las tradiciones del montañismo les mueven un pelo.

También es cierto que nunca se han derramado tsunamis de valor y osadía por el mundo, nunca fue masivo el montañismo ni otras actividades de riesgo, por el riesgo precisamente, el hecho de querer masificarlas es lo que, en parte, ha motorizado estos cambios.

Afortunadamente existe un segmento de personas que mantienen viva la llama de la aventura en las montañas, algunos con algo de reconocimiento, la mayoría anónimos o marginales, porque hasta algunas marcas de vestimenta y equipo de alpinismo rehúyen a vincularse con el riesgo que significan los objetivos de los pocos que intentan cosas nuevas y peligrosas, como le pasó a Steph Davis cuando Power Bar se retiró de su cartera de patrocinadores porque arriesgaba mucho. También pervive un grupo que lee un libro de Livingston, Mummery o Bonatti y se inspira, que valora la dificultad, los peligros, los medios y las condiciones reinantes en un recorrido como elementos constitutivos del mérito que contiene un resultado. Gente con espíritu explorador e inquieto, sin miedo a la precariedad, con capacidad de improvisación que poseen actitud resolutiva que aun sin poseer esos cuerpos extremadamente fuertes, conseguidos con los progresos de la medicina y sistemas de entrenamiento a tiempo completo, lo que tal vez los sentirse precariamente preparadas, estarían dispuestas a acudir a la cita de Shakleton, que ofrecía, desde una modesta oficina en Londres en medio de la crisis de la primera guerra mundial, un puesto para sufrir en el Endeavor.

Nos balanceamos en la ecuación entre prudencia e inquietudes de exploración, entre el ser conservador que no quiere cambios y las ansias de ir más allá de lo conocido, entre un llamado ancestral de la naturaleza y la suavidad del sofá. Los nuevos exploradores nacen de la sospecha que más allá de la contención y cuidados de la urbanidad se extiende un mundo inhóspito, pletórico de sensaciones y desafíos, en el cual quieren arriesgarse, inteligentemente, pero arriesgarse, sin intención de profesionalizarse como deportistas ni como prestadores de servicios, atraídos por la idea de adaptarse para coexistir con la incertidumbre, la adversidad, las privaciones y las exigencias del insidiosamente hostil mundo de las montañas y las áreas remotas del planeta.







1 comentario:

Juan Pablo Mercuri dijo...

"no ser paciente para soportar los tediosos y extensos procesos con ritos, esperas e iniciaciones que son indispensables para dominar un oficio complejo como el alpinismo" ese punto me parece clave. En el mundo de hoy todo se hace con prisa y se ve poca dedicación. Yo mismo peco de tener muchos hobbies que como mucho me han durado 2 años. Para hacer algo grande se necesita mucho más tiempo y dedicación. Tal vez como hay tanto para hacer, uno no se decide.

Y mientras leo me resuena la palabra "libertad". Mientras más cómodo, más seguro, con todo pago y resuelto, hay menos libertad. Si no podés tomar las decisiones, no sos libre.

Lo más probable es que todos los que leemos esto tenemos un trabajo de oficina y no somos muy libres. Incluso para a los emprendedores les toca acatar las normas sociales y legales de nuestro país y la sociedad donde vivimos. Ir a la montaña, y extiendo el pensamiento no solo al alpinismo si no a cualquier actividad bien perdida en la naturaleza, te permite ser libre. Ir a un lugar remoto, virgen de la urbanización y pagarle a alguien para seguir sus órdenes no suena lógico, tal vez sea un miedo que tiene la gente a ser libre.